Estos datos adelantan en 1.500 años este tipo de actividad en el norte, y preceden en 1.100 años las fechas establecidas para el sur peninsular
Un interesante estudio liderado por la Universidad de Santiago de Compostela, con la colaboración de otras universidades europeas, ha identificado las más antiguas trazas de contaminación atmosférica debidas a la actividad metalúrgica en una turbera del norte de la península Ibérica. La datación precisa de estas evidencias las sitúa en torno al 3000 a.C., una fecha 1.500 años anterior a las teorías establecidas sobre la aparición de la metalurgia en el norte peninsular, y que también precede en 1.100 años las fechas establecidas para el sur de la península, donde se pensaba que la metalurgia llegó antes por influencia mediterránea. Este estudio dibuja un nuevo panorama digno de analizar, apuntando relaciones con Francia.
Fecha de Publicación
20 de enero de 2015
Fuentes de información digital utilizadas
NCYT, Universidad de Santiago de Compostela (nota de prensa)
Fuente de las imágenes
Universidad de Santiago de Compostela
Palabras clave:
Metalurgia, contaminación atmosférica, turberas, Calcolítico, norte península Ibérica, 3.000 a.C.
Bibliografía científica, publicación original
Science of The Total Environment
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La contaminación atmosférica por la actividad metalúrgica en el norte de la Península Ibérica comenzó hace 5.000 años, aproximadamente entre once y dieciséis siglos antes de lo que señalaban hasta ahora las investigaciones en este ámbito. El grupo de investigación Ciencia del Sistema Tierra de la Universidad de Santiago de Compostela (USC) acaba de presentar un estudio que demuestra que las señales de contaminación por metales en el norte peninsular se remontan al Calcolítico, siendo las más antiguas evidencias detectadas en la Península Ibérica, aproximadamente 1.500 años antes de lo descubierto hasta ahora para el Noroeste peninsular y alrededor de 1.100 años antes de lo aceptado para el Sur de la Península Ibérica. El hallazgo forma parte de un artículo publicado en la revista Science of the Total Environment. Los nuevos resultados, obtenidos en colaboración con investigadores de las universidades suecas de Estocolmo y Umea y las británicas de Brunel y Aberdeen, “arrojan luz en el debate sobre la cronología de la introducción de la minería y la metalurgia, cuyo inicio hasta ahora se consideraba que tuviera lugar en el sur de la Península, por la influencia de los pueblos que vivían en las orillas del Mediterráneo”, explica el catedrático de Edafología y Química Agrícola de la USC y coordinador del grupo, Antonio Martínez Cortizas. La composición metálica identificada en los substratos de la turbera de La Molina “parecen apuntar una conexión entre la metalurgia del norte peninsular y otras áreas de Europa, particularmente con el sur de Francia”, añade el investigador de la USC, para quien las evidencias de contaminación atmosférica muestran “que el norte no estaba tan atrasado, como se creía, en la introducción de las ‘nuevas tecnologías’ durante la prehistoria, sino más bien todo lo contrario”. Esta nueva cronología apuntada por los investigadores de la USC fue posible gracias a una línea de trabajo que el grupo desarrolla en la turbera de La Molina (Asturias) para reconstruir el impacto ambiental de las actividades humanas durante la prehistoria reciente. Según Antonio Martínez Cortizas, las turberas son “sensores ideales de la contaminación atmosférica ya que la deposición de metales y otras sustancias se produce directamente desde la atmósfera”. Actividades humanas diversas como la minería y la metalurgia, la quema de combustibles fósiles (particularmente las gasolinas) o la incineración de residuos, emiten a la atmósfera metales traza que son transportados y depositados en los suelos y en las aguas, pudiendo pasar a las cadenas tróficas. Debido a la continua acumulación de restos vegetales, las turberas van enterrando en capas cada vez más profundas los elementos acumulados en un período dado. Esto posibilita que el análisis de testimonios de turba, apoyados en una cronología precisa, permita hacer una reconstrucción de la composición de la atmósfera en el pasado. Es una información que los científicos consideran “especialmente importante” en el caso de las sustancias contaminantes por la inexistencia de estudios sistemáticos que se remonten más allá de unos pocos años o décadas. En este sentido, un punto importante de la nueva investigación es “la confirmación de que la utilización de metales ha dejado una señal reconocible en el ambiente desde los mismos inicios de la metalurgia”. El equipo ha utilizado la composición isotópica del plomo y el contenido de diversos metales (cromo, zinc y plomo, entre otros) en la turba como indicadores para reconstruir la intensidad de la contaminación a lo largo del tiempo. Como añade Martínez Cortizas, las fases mostradas por el registro constituyen un reflejo fiel de los conocidos períodos culturales de hace 5.000 y 2.000 años: el Calcolítico, la Edad del Bronce y la Edad del Hierro. Según los análisis realizados, la fase de contaminación prehistórica más intensa estaría localizada en el Bronce Final (hace entre 3.500 y 2.800 años). Los resultados son “de una gran relevancia interdisciplinaria”, opina Antonio Martínez Cortizas. En este sentido, los estudios geoquímicos se erigen como una herramienta complementaria para describir la historia de las actividades humanas y sus repercusiones en el medio, “utilizando para esto las turberas como libros alternativos en los que leer aquella parte de la historia que no se ha conservado en otros archivos”. A modo de ejemplo, el investigador apunta que los registros estudiados demuestran que las actividades mineras probablemente tuvieron lugar en el entorno próximo de la turbera, en un radio de unas pocas decenas de kilómetros, “aunque en la actualidad no queda vestigio alguno de minería prehistórica”. En consonancia con lo propuesto en algunas investigaciones arqueológicas, los investigadores sugieren que el uso continuado de las minas a los largo del tiempo, y de modo particular en la época romana, “habría causado la perdida de los registros de la minería prehistórica”.
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