El hueso del pene presente en gran cantidad de mamíferos parece estar ligado a la llamada presión sexual postcopulatoria
El báculo o hueso peneano es el hueso más diverso del reino animal, variando según especies de más de medio metro a unos milímetros. Pero en el caso de la especie humana simplemente no está. Esto no fue siempre así en nuestra historia evolutiva, ya que el báculo estaba presente en los primeros primates surgidos hace unos 50 millones de años, y en nuestros ancestros hasta hace unos dos millones de años. ¿Cómo ha cambiado nuestra actividad sexual y por qué habría desaparecido?
Fecha de Publicación
14 de diciembre de 2016
Fuentes de información digital utilizadas
The Guardian, El Español, Siglo XXI
Fuente de las imágenes
The Guardian
Palabras clave:
evolución humana, reproducción, báculo, sexo
Bibliografía científica, publicación original
Proceedings B
Se trata del hueso con más variada morfología de todo el reino animal. Y los humanos lo perdimos por el camino de la evolución mucho antes de ser Homo sapiens. Es el báculo o hueso peneano, que sirve para que el macho se mantenga unido a la hembra durante las cópulas, y que ha sido objeto de un profundo estudio publicado en Proceedings B para tratar de determinar por qué nos lo dejamos por el camino.
Su polimorfismo es asombroso. En el caso de los machos de morsa este hueso alcanza los 65 centímetros, mientras que en chimpancés y bonobos se limita a entre 6 y 8 milímetros. Pero, ¿por qué aparece y cuál es su función?
El estudio realizado por Kit Opie y Matilda Brindle, antropólogos del Univerity College de Londres, se centra en cómo el báculo evolucionó en los mamíferos, analizando su posible función en primates y carnívoros, grupos de animales en los que los machos de muchas especies tienen hueso del pene y otras no.
Para ello, reconstruyeron en primer lugar la trayectoria evolutiva del báculo en todos los mamíferos y particularmente en los primates. A continuación, analizaron si había alguna relación entre la longitud bacular y la masa testicular, tanto en primates como en carnívoros. Además, evaluaron si había una correlación entre la presencia del hueso peneano y la duración del coito.
Los científicos analizaron la trayectoria del báculo a través del tiempo y descubrieron que éste evolucionó en los mamíferos hace más de 95 millones de años, y estaba presente en los primeros primates que emergieron hace unos 50 millones de años. El estudio indica que la presencia del báculo está relacionada en los primates con la penetración sexual prolongada, de más de tres minutos de forma contínua, y con altos niveles de competencia posterior al coito entre los machos.
"Nuestros hallazgos sugieren que el báculo desempeña un papel importante en el apoyo a las estrategias reproductivas masculinas en las especies donde los varones se enfrentan a altos niveles de competencia sexual postcopulatoria. Prolongar la intromisión ayuda a un macho a vigilar una hembra desde el apareamiento ante otros competidores, incrementando sus posibilidades de transmitir su material genético”, explica Matilda Brindle, una de las autoras del estudio.
La investigación ofrece pistas de por qué los seres humanos no tienen báculo y están asociadas a que el objetivo del varón evolucionó a únicamente eyacular, con lo que se acortó la duración de intromisión sexual. Este cambio en la estrategia reproductiva, probablemente asociado al surgimiento de la monogamia, se habría producido hace unos 2 millones de años, en tiempos de Homo erectus, y habría sido el colofón para un hueso que ya por entonces sería de muy reducidas dimensiones.
“Los seres humanos no tienen prolongadas duraciones de intromisión ni altos niveles de competencia sexual postcopulatoria. Dados los resultados de nuestro estudio, esto puede ayudar a desentrañar el misterio de por qué el báculo se perdió en el linaje humano”, apunta Brindle.
"Después de que el linaje humano se dividiera entre chimpancés y bonobos y nuestro sistema de apareamiento se desplazara hacia la monogamia, probablemente después de hace dos millones de años, las presiones evolutivas que retenían el báculo seguramente desaparecieron. Esto puede haber sido el clavo final en el ataúd para el báculo ya disminuido, que entonces se perdió en los seres humanos ancestrales”, explica Kit Opie, coautor del estudio.
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