En el enterramiento colectivo de Alto del Reinoso ha sido posible establecer vínculos familiares entre varios difuntos
El estudio detallado de un estupendo ejemplo de enterramiento colectivo neolítico en Alto del Reinoso (Burgos), ha permitido conocer abundantes detalles sobre las costumbres funerarias, pero también sobre la vida diaria de los habitantes de una pequeña comunidad familiar asentada en la zona hace 6.000 años. Los análisis de ADN han indicado abundantes lazos familiares entre los difuntos allí depositados, aparte de otros estudios que han permitido reconstruir detalles como su dieta o su modo de vida.
Fecha de Publicación
20 de enero de 2016
Fuentes de información digital utilizadas
Sinc, Dicyt
Fuente de las imágenes
Sinc, Dicyt
Palabras clave:
Alto del Reinoso, Burgos, Neolítico, enterramiento colectivo, vínculos familiares
Bibliografía científica, publicación original
PLOS ONE
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El yacimiento funerario neolítico del Alto del Reinoso, en Burgos, contiene los restos de una comunidad local con estrechos vínculos de parentesco, según un estudio recién publicado en la revista digital de acceso abierto PLOS ONE. El trabajo está liderado por Kurt W. Alt, de Universidad Privada del Danubio (Austria), director del equipo de Antropología Física y Genética; Manuel A. Rojo Guerra, de la Universidad de Valladolid, director del equipo arqueológico; y Rafael Garrido Pena, de la Universidad Autónoma de Madrid, miembro destacado del mismo, junto a otros investigadores. Los grupos neolíticos introdujeron nuevos rituales funerarios como las sepulturas megalíticas, que fueron utilizadas a lo largo de extensos periodos de tiempo como enterramientos colectivos y lugares de celebración de diferentes ritos y ceremonias. A través de este estudio, los investigadores examinan la tumba megalítica del Alto del Reinoso y proporcionan una interpretación general sobre la comunidad que la usó como sepulcro comunal, utilizando para ello diversas técnicas arqueológicas y genéticas así como análisis de isótopos, entre otros estudios. Una tumba con un uso prolongado Los investigadores han identificado al menos 47 individuos, tanto adultos como adolescentes, que fueron enterrados en esta tumba durante un periodo de unos 100 años. A partir de los datos genéticos y de isótopos, los autores sugieren que la sepultura contenía los restos de una serie de grupos familiares pertenecientes a una misma comunidad con estrechos vínculos de parentesco. Estas sociedades desarrollaban plenamente la agricultura cerealista y una ganadería de ovejas y cabras. Como apunta Rojo Guerra, la tumba consta de dos niveles diferentes. “En un primer nivel los individuos están depositados completos y en conexión anatómica. En la parte inferior de la sepultura estaban más estrechamente relacionados entre sí, hasta el punto de haberse documentado algunos que se entierran juntos, que finalmente han resultado ser familiares, según su perfil genético. Sobre este nivel se encontró otro donde los restos óseos aparecieron desarticulados y recolocados, ya que faltan determinadas partes del esqueleto y se han descubierto conjuntos de huesos intencionadamente colocados junto a diversas ofrendas como cuentas de collar de piedra, espátulas de hueso votivas, etc.”, detalla. Por otro lado, mediante la conjunción de técnicas tan diversas como el ADN, los isótopos de estroncio y carbono/nitrógeno o el carbono 14, el estudio ha podido proporcionar una visión inusualmente detallada de una comunidad humana sedentaria neolítica, de hace casi 6000 años: su estilo de vida, perfiles demográficos, salud, dieta, subsistencia, patrones de movilidad y vínculos genéticos. “Todo ello demuestra que estos grupos humanos exhibían vínculos familiares muy estrechos y un fuerte sentimiento comunitario, que se manifestaba no solo en su vida social sino también en su última morada”, subraya el investigador de la Universidad de Vallaldolid. Una comunidad neolítica Del número mínimo de 47 individuos identificados, de ambos sexos y diferentes grupos de edad, existe una escasa representación de infantiles, especialmente entre 0-6 años. Estos individuos presentan un número moderado de patologías como artrosis, fracturas curadas, traumas craneales y una baja frecuencia de caries. El estudio de los isótopos apunta hacia la presencia de una dieta muy homogénea en todos los individuos. Los análisis de ADN obtuvieron resultados positivos en 26 de los 27 individuos muestreados, lo que apunta a la presencia de un grupo humano local con fuertes vínculos de parentesco por vía matrilineal. Incluso algunos de los inhumados que aparecen en conexión anatómica y muy próximos, o incluso abrazados, en el nivel inferior del osario, muestran fuertes lazos de parentesco. Los análisis de los isótopos de estroncio demuestran que sólo unos pocos individuos procedían de entornos geológicos diferentes a los locales, lo que refuerza la posibilidad de que se tratara de la sepultura de un grupo local homogéneo. Por otro lado, los ajuares funerarios descubiertos resultan muy semejantes a los documentados en otros monumentos contemporáneos de la Meseta Norte; láminas y microlitos geométricos de sílex en la industria lítica tallada, hachas de piedra pulimentada, cuentas de collar de diversas materias primas (piedras verdes, lignito, pizarra, etc.), y punzones y espátulas en la industria ósea. Todo ello sugiere una cronología del IV milenio antes de Cristo, lo que han corroborado las tres dataciones radiocarbónicas realizadas a diferentes huesos de la tumba, que los han situado en un periodo entre el 3700 y 3600 a. C. En cotas superiores, sobre lo poco que quedó del túmulo de piedras, se descubrieron los restos muy deteriorados de una inhumación intrusiva de la Edad del Bronce, que demuestran una reutilización muy posterior del monumento, bien entrado el II milenio a. C. El enterramiento colectivo Según explica Manuel Rojo Guerra, “resulta evidente que estamos ante un espacio funerario de uso diacrónico, que ha generado un notable osario acumulado a lo largo del tiempo, donde los huesos, una vez descompuestos los cuerpos allí depositados, se manipularon y recolocaron”. Esta circunstancia, unida a su evidente contorno circular, “indica claramente que hubo de estar protegido por una estructura cerrada de esas características”. Dado que no se han documentado restos de cimentación o zócalo, los investigadores creen que dicha estructura desparecida sería una especie de choza vegetal, similar a las frágiles cabañas que tendrían en sus asentamientos, sólo que dedicada a albergar a los difuntos. “En un momento determinado, cuando sus usuarios decidieron dar por terminado el periodo de uso de la misma, procedieron a desmontarla y convertirla en un monumento funerario a la memoria de los antepasados allí depositados. Para ello, tras dejar libre el osario del recinto delimitador, procedieron a clausurarlo construyendo sobre él un túmulo de piedras calizas, que selló definitivamente su contenido”, concluye el investigador de la UVa.
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