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lunes, 11 de julio de 2016

Manual de supervivencia en la alta montaña de Lleida desde hace 10000 años
by JMI Paleorama - 0


Los humanos ocuparon Aigüestortes desde hace al menos 10.000 años

Los arqueólogos han documentado y mapeado 344 vestigios arqueológicos, situados a una altura sorprendente para el caso de la Península Ibérica, a más de 2.200 metros de altitud, en el Parque Nacional de Aiguas Tortas y Lago de San Mauricio (Lleida). La investigación ha revelado un territorio fuertemente humanizado, ocupado desde hace más de 10.000 años. Los vestigios incluyen restos arquitectónicos, hogares, abrigos, túmulos, así como cuchillos de sílex y recipientes cerámicos. La mayoría de los registros se encuentran por encima del límite actual superior del bosque y se vinculan con las prácticas ganaderas.

Fecha de Publicación
11 de julio de 2016
Fuentes de información digital utilizadas
UABSINCEl Periódico
Fuente de las imágenes
UABSINC
Palabras clave:
Prehistoria, Protohistoria, Neolítico, ganadería, Aigüestortes, Lleida
Bibliografía científica, publicación original
Quaternary International

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Un equipo de investigadores liderado por la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) ha identificado en el parque nacional de Aiguas Tortas y Lago de San Mauricio (PNAESM) un total de 344 vestigios arqueológicos, lo que le convierte en una de las zonas de montaña europeas con más intensidad de registros documentados.
Los datos son fruto de un programa de investigación de arqueología de montaña encargado por la Dirección del Parque Nacional y realizado a lo largo de diez años (2004-2014), con el logro de haber desarrollado una prospección sistemática de superficie en un terreno tan difícil como este.
La idoneidad de incluir esta metodología en la investigación arqueológica y paleoecológica tradicionales en la alta montaña y los resultados asociados obtenidos los han explicado en un artículo en Quaternary International, en el que también han repasado los hallazgos realizados en más de una década.
“Nuestro conocimiento sobre el pasado histórico y arqueológico del Parque ha cambiado radicalmente, revelando un territorio humanizado difícil de imaginar pocos años atrás. El año 2001 no había ningún registro arqueológico de las zonas estudiadas, sólo conocíamos unos pocos vestigios por referencia oral de los pastores. Lo que tenemos ahora contradice nuestra percepción de las zonas de montaña como reservas naturales, preservadas de la intervención humana”, indican los autores en el artículo.
“La investigación constata igualmente que la mayoría de los registros se localizan por encima del actual límite superior del bosque, dentro o muy cerca de zonas de pasto. Este fenómeno reafirma la vinculación de la ocupación humana del territorio con las prácticas ganaderas y, a la vez, abre la incógnita sobre el grado de responsabilidad humana en los paisajes de prados actuales por encima de los 2200 m de altitud”, explica Gassiot.

Rastreando el Parque
Para detectar los restos, especialmente por encima de los 2000 metros de altitud, han rastreado la superficie del Parque dividiéndola en transectos y, complementariamente, han usado sistemas de detección remota (LIDAR), mapas ortofotográficos y fotografía aérea. Los datos obtenidos se han proyectado en un Sistema de Información Geográfica del patrimonio arqueológico del Parque Nacional, que facilita su gestión y análisis.
Ello les ha permitido tener una perspectiva más general sobre la dimensión espacial de las prácticas sociales que se llevaron a cabo y avanzar patrones de ocupación a lo largo del tiempo. También proponer una nueva definición, interpretación y documentación de los vestigios identificados, que incluyen principalmente restos arquitectónicos, pero también abrigos, túmulos y hallazgos aislados de objetos como cuchillos de sílex y recipientes cerámicos.
La mayoría de los yacimientos identificados, 221, son restos arquitectónicos al aire libre: muros, cercados de diferente medida y funcionalidad y posibles estructuras de viviendas, muchos de ellos interrelacionados formando asentamientos complejos. El resto son abrigos que aprovechan acumulaciones de origen glaciar de grandes bloques de roca, muchos con estructuras, como muros para la distribución interior y para proteger la entrada. Finalmente, un pequeño conjunto de círculos de piedras podrían representar monumentos funerarios, aunque de momento no se ha excavado ninguno.
Los vestigios se encuentran principalmente en los circos glaciales y en los valles secundarios del Parque, próximos a riachuelos, ríos o lagos, principalmente en zonas actuales de pastos y praderas.

En zonas altas y en tarteras
El hecho de que la mayoría de los restos estén en las zonas más elevadas ha sorprendido a los investigadores. 165 se encuentran entre los 2200 y 2400 metros de altitud, una zona que sólo supone el 25% del Parque; y entre los 2400 y 2600 m, el 27% del Parque, hay 69. Por encima de los 2600 aún hay hay diez más. Los ubicados a mayor altura no son ni más pequeños ni menos importantes que los de las zonas más bajas, contra lo que se podría pensar en un principio, por el desplazamiento humano hacia los valles o a la mayor dificultad para transportar cargas.
Otro elemento relevante ha sido la presencia de hasta 69 yacimientos, a menudo de grandes dimensiones y algunos con ocupaciones de varias épocas, ubicados en zonas de tartera, un tipo de terreno a priori poco amable para el asentamiento humano y que ahora se presenta también como un espacio de interés arqueológico.

Ocupación continuada
A lo largo de estos diez años, los investigadores han realizado 76 dataciones de Carbono 14 de 39 de estos yacimientos, lo que hace del Parque una de las áreas con información cronológica más detallada de los Pirineos y de los sistemas montañosos de Europa. En total, las fechas registradas sugieren una ocupación humana continuada en el territorio desde hace unos 10.700 años.
Destaca la elevada presencia de yacimientos de finales del Neolítico, entre los años 3400 y 2300 a. C., mientras que en los 2000 años posteriores -del 2300 al 300-, durante toda la Edad de Bronce y de Hierro, se constata una reducción importante. Las únicas evidencias arqueológicas de este periodo consisten en depósitos de materiales de diferentes tipos de cerámica del segundo milenio antes de Cristo, y también posibles sepulcros.
Estos datos se contradicen con los registros paleoambientales –polen o carbón- que se han encontrado del mismo periodo en otras zonas alpinas y subalpinas de los alrededores del Parque y que muestran un incremento del impacto humano sobre la vegetación en esta época.
Esto hace pensar a los investigadores que aunque no se produjo un abandono del territorio, sí que debió haber un cambio en los patrones de asentamiento entre ambos periodos. En el PNAESM, los abrigos en las rocas se abandonaron, quizás a favor de asentamientos al aire libre más grandes, a pesar de que no se han podido detectar arqueológicamente. La ausencia de prospecciones de superficie en altitudes más bajas, como las cordilleras exteriores del Parque o en los valles pre-pirenaicos de los ríos Noguera Pallaresa y Ribagorzana dificulta poder comparar las dos áreas para valorar si este aparente vacío fue, o no, un fenómeno local.
“La presencia de registros arqueológicos de periodos posteriores va aumentando progresivamente, especialmente entre los siglos IV d.C. y el siglo XIV, para decrecer hacia principios del siglo XX. Muchos de los yacimientos fueron ocupados a lo largo de épocas diferentes, mostrándonos un territorio que ha formado parte importante de las dinámicas sociales y económicas de la zona desde la Prehistoria hasta hoy día”, apunta Ermengol Gassiot.

Ampliación al Pirineo aragonés
La investigación continúa para ampliar el número y extensión de las excavaciones y acabar el rastreo en algunas zonas pendientes, lo que probablemente aumentará la cifra de vestigios registrada hasta ahora. Al mismo tiempo, los investigadores han ampliado el estudio de prospección de superficie al Pirineo aragonés y es muy posible que también lo hagan en el andorrano.
A su juicio, las nuevas técnicas utilizadas en el estudio de prospección se están revelando una herramienta primordial para investigar en las zonas de alta montaña y demostrar que las que, hasta hace poco más de veinte años, se han denominado “zonas marginales” en la investigación arqueológica, no lo han sido tanto.
En la investigación, además de investigadores de los departamentos de Prehistoria, Geografía, Biología Animal, Biología Vegetal y Ecología de la UAB, han participado investigadores de la Institución Milá y Fontanals (IMF-CSIC) y del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS).

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